sábado, 8 de septiembre de 2012

Te tengo que dejar ir.

Te tengo que dejar ir. 
Con o sin esfuerzos, con trabajo, con esmero, con dedicación. 
Dedicada no a pensarte, sino a olvidarte. Ya no quiero tener que encontrarte.

Eres un sueño que hice en un día mediocre, un día y te volví todo lo que deseaba. Y me equivoqué.
No sé cómo, ni el porqué, aunque ya me sabía mis rumbos, conocía el final del camino y aun así fui a perderme, a hundirme con todo y todo en un charco que por instantes, parecía mar. 
Parecías profundo, cristalino, un oasis, justo lo que necesitaba, lo que vengo buscando desde tiempo atrás.

No. No lo eras, no lo fuiste la primera vez, ni tampoco la segunda. ¿Qué puede ser diferente una tercera?
Así que debo dejar de ver. Éste iluminado callejón sin salida, aunque de brillantes y cálidas luces que invitan al amor, no brillan para mí y al final, a mi juego o al tuyo, las paredes se siguen cerrando al final del camino, sin intenciones de partir. 

Nadie, nada se retira más que yo, que vuelvo, esperando que todo aquello en lo que tengo fe, a lo que le tengo terror, no sea cierto. ¡Qué nunca se cumpla! Que mis justificaciones sean en un momento temores insensatos e insensibles. 
No un momento, una eternidad. 

Solo necesito más fe para uno que para el otro. 

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