lunes, 27 de diciembre de 2010

The Day my Kingdom Fell Apart.

Me sentía como un blanco, en medio de un juego de dardos, yo era el centro que todos querían golpear.
Jamás debí haber elegido un vestido blanco, entre aquel mundo de gente y colores, me hacía demasiado visible o así me sentía en el momento pero ojalá ese fuera el único sentimiento que me asfixiaba pero, ni que tuviera tanta suerte.
Y una vez más en ese día trate de convencerme a mi misma de que estaba perdiendo la cordura y la tranquilidad y que esa impaciencia, esa necesidad cesaría en cuanto mis ojos encontraran los suyos, una vez más.
Respiré profundo y el olor a cigarro, vodka y gente lleno mis pulmones, asfixiandome de sobremanera pero quizá eran los tacones los que me mantenían plantada en el suelo y les aseguro, eso era lo único, lo único que me detenía de darme la vuelta y salir corriendo.
Incliné un poco la cabeza, intentando encontrarle sentido a toda la gente para que mis ojos encontraran la figura que buscaba desde el inicio pero ni siquiera así, le encontré.
Bajé las escaleras y tuve que bordear la barra de bebidas donde un par de chicos ebrios se planteaban si acercarse o no y sin pensarmelo un segundo, me alejé de la barra.
Sin embargo tenía una misión, así que me hice para seguir caminando entre el laberinto de gente, entre las luces blancas, moradas y azules que reinaban en aquella oscuridad, escuchando voces y, la música.
Traté de ignorar el resto y enfocarme en la música, sólo de esa manera conseguiría relajarme un poco, lo suficiente para seguir con la labor.
No estaba segura de cuanto tiempo exacto paso desde mi llegada pero había pasado una hora, más o menos, no importaba pero lo que sí importaba era que estaba trabada en el mismo lugar.
Ya le había dado unas veinte vueltas al lugar, había escuchado las canciones e incluso había sucumbido ante una bebida pero aún no había rastos de... mis ojos mirarón un sillón blanco sobre una de las esquinas, un par de chicas sentadas y tres chicos distribuidos entre ellas, uno de ellos, tenía las manos sobre sus rodillas mientras estaba sentado sobre la mesa y miraba distraído al rededor.
Ese era mi chico.

Miré su rostro, tan frío, tan... serio. Tan ajeno a mí.
Era como mirar a una estatua convertida en piedra, una estatua que alguna vez había latido y había tenido sentido, para mí.
Bajé la mirada y asentí, no me molesté en hablar.
Me molesté en tragarme el nudo que crecía en mi garganta y contener las lagrimas que brotaban de mis ojos y sin decirle más, me dí la vuelta, dandole la espalda.
¿Cómo paso todo? Lo sé, sé que no hay mención al respecto pero fue todo demasiado rapido, palabras demasiado cortas, cortantes...
No saben cuanto deseo el no haberlo encontrado y diario me pregunto sí habría sido diferente, en algo, en cualquier cosa.
Jamás he encontrado una respuesta.
Pero todo... paso. Sin darme aviso alguno o si lo hizo, no le presté atención, me dediqué a ignorarlo hasta el momento en que mi corazón fue partido por una enorme estaca con la que el jugaba entre sus dedos mientras me miraba a los ojos y yo estaba segura, ciegamente segura de que jamás, jamás podría hacerme daño.
No a mí.
Y lo creí firmemente, con cada átomo de mi ser hasta el momento en que sentí la estaca cruzar mi pecho, un punzante dolor que crecía en mi interior con fiereza, que dejaba cualquier rastro de calor reducido a un rastro, al humo que deja la vela cuando su luz deja de brillar.
Algo se cristalizo en mi interior en ese momento, mis ojos claro, se conviertieron en pequeñas esferas de cristal que contenían su rostro, su expresión, su mirada que no reflejaba...
Nada.
Y esa imagen permanece en mis ojos, así mismo con las lagrimas que le acompañan.
Me convertí en una esfera de cristal, encerrada sobre mi misma, las lagrimas formaron el agua mientras que las partículas de nieve son los recuerdos, las risas..
Todo se mantiene girando una y otra vez, deja de doler hasta que le agitan y retoma vuelo, un vuelo que no puedo hacer que se detenga.
Así como no puedo detener el dolor, ni las lágrimas, ni el llanto, ni las memorias, los recuerdos..
Y por supuesto, tampoco puedo detener el cariño, el afecto... la pasión.
La covertura de cristal, las partículas de nieve, el llanto... cada cosa, sea lo que sea que haya quedado de mí, lo que sea que soy ahora.
Con eso te sigo amando, aunque ya no tenga nada que ofrecer.
Aunque de nuevo, ¿en alguna ocasión lo hice?

martes, 21 de diciembre de 2010

Surrender.

Ser frágil, ¿qué es? ¿Debilidad o Virtud?
Ahí estaba, sentada en mi cama, con una pequeña vela que era lo único que evitaba que me perdiera entre las penumbras, que alejaba un poco a la oscuridad de mi cuerpo aunque en ese momento, la vela no impedía que la oscuridad me asfixiara, me helara la piel.
Pero tampoco tenia deseo alguno de luchar contra la oscuridad, en esta ocasión en cambio, deseaba que me arrastrara con ella.
Me sentía tan debíl, mirando la flama bailar ante mis ojos mientras que la oscuridad, poco a poco absorbía todo aquello que me protegía y fue en ese momento cuando mis temores comenzaron a florecer.

A veces pasamos toda una vida, cada segundo desperdiciando culpando a otra persona o peor, buscando un culpable.
Sentada, perdida, sin esperanzas me dí cuenta de que había fallado, había fallado en mi vida de todas las maneras posibles.
Como estudiante, como hija, como familia.
Mi único consuelo era pensar que, jamás había fallado como amiga.
Sin embargo eso no era suficiente pues, también me dí cuenta de que le había fallado a alguien de mayor importancia, alguien que hacía que toda aquella rueda funcionara.
Me había fallado a mi misma.
Esa la razón por la que no podía levantarme, por la que mis ojos miraban la llama arder debilmente, mientras aún luchaba contra la oscuridad, intentaba protegerme.
Quería decirle que no se molestara, que no valía la pena. Hice el esfuerzo, más mis labios tampoco cedieron.
Y, ¿qué era eso? Ahora daba la impresión de que la luz, ahora intentaba luchar contra mí.
¿Qué significaba eso? ¿Me había convertido finalmente en la oscuridad que me rodeaba? No, me mantenía igual pero entonces, ¿por qué me había únido a la lucha?
Paso un minuto de total silencio y entonces supe cual era la respuesta.

No quería rendirme, simplemente había perdido toda la esperanza. Mis deseos, mis expectativas... la llama que latía en mi interior se había apagado.
No sabía como pero estaba segura de que aún no se había terminado, en cambio alguien le había quitado la luz, dejando solo el rastro de humo en mi interior y por eso, por ésta razón, intentaba iluminarme a mi también.
Sonreí debilmente, sintiendome realmente cansada. De haber sido de otra manera, lo habría intentado, pero ya no.
Ya no.
Y cerré mis ojos en señal de rendición.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

A new beginning.

Hacía un par de meses todos los competidores se unierón en un gimnasio nuevo, todos erán rostros desconocidos que se miraban uno al otro sin delatar alguna expresión sincera.
Poco a poco, en cada uno creció una meta, un deseo... y lamento decir que tenían la misma meta, una sola.
Una chica.
Al inicio, fue él quien jugaba, quien bailaba con ella entre sus brazos, una delicada sonrisa se posaba sobre sus labios, alegrando esa monótona expresión suya, el claramente jamás mostro deseos de mantener su compañera de baile, ni mucho menos de juego. Sólo quería presumir aquel hermoso trofeo entre sus brazos pues, mirandose al espejo, veía que era simplemente perfecto.
Pero un día ella le encontró mirandose al espejo, curiosa, se acercó a él con una sonrisa.
"¿Qué tanto miras?" preguntó ella, sonriendo mientras le pasaba los brazos por la cintura y se abrazaba a él.
El miró el reflejo de nuevo, notando los delicados brazos de la chica al rededor de su cintura, aquella perfecta y torneada silueta, se sintió orgulloso de sí mismo.
Ní un dios mismo pudo haber encontrado un trofeo, un accesorio tan bello como aquel.
Miró su sonrisa y al lado de esta, miró al rostro fino y elegante de la chica que le acompañaba y en sus ojos, encontró un brillo peculiar que delataba... afecto, cariño.
Y tan sólo notarlo le hizo estremecerse por completo.
Todo hombre sabía que no había peor amenaza que una mujer con ojos enamorados, una vez dentro, no había vuelta atrás.
Entonces sintió que una ira lo tomaba, lo poseía por completo con una fuerza brutal, así que miró sus ojos con desprecio.
"¿Qué diablos crees que haces?" preguntó él chico mirando a la joven hermosa, enojado.
"¿De qué hablas, amor?"
"¿A-a... amor?!" gritó el ahora completamente enfurecido. Había sido traicionado, peor que una espada por la espalda. Quizá jamás lo había dicho en voz alta pero el mensaje era más que comprensible.
Ella no debía enamorarse.
Y ahí estaba, mirandolo confundida, su cabello castaño cubriendole el rostro mientras su instinto le avisaba que lo que venía a continuación, podía ser todo menos bueno.
El la fulmino con una mirada furiabunda, haciendo que ella misma se estremeciera y se encogiera aunque nada como lo que sentía se encogía sobre su pecho ligeramente, mientras apartaba los brazos de la cintura del chico.
Y sin decir más, el la alejó, mirandola con una mirada que reflejaba repulsión.
Había dejado de ser una hermosa chica, ahora era más como un insecto enorme que pretendía manchar su preciado rostro, su preciada y elevada, reputación.
Quizá todavía había algo que salvar de si mismo sí se alejaba a tiempo, nadie tenía porque saber que había sucedido.
Y eso fue suficiente para que el girara sobre sus talones y con elegantes movimientos, dejará una habitación a la que jamás pensaba regresar.
Todo ese tiempo, dos personas habían presenciado aquella escena. Una chica que miraba en silencio con sus ojos oscuros, analizando cada movimiento pero sin sentirse realmente confundida, quien estaba acompañada de un chico mucho más grande que ella, de cabello al hombro y bastante guapetón que al mirar la escena, se levantó rapidamente y entonces, el partido, la pista de baile, el escenario, se hicierón solamente suyos.
"Va a estar bien" prometió él de manera honesta, con una hermosa y despampanante sonrisa que ella ignoró de manera descortés pero a él no parecía importarle, sus manos facilmente encontrarón el camino a su cintura y la hicierón levantarse, poco a poco, paso a paso, incluso aunque dierán dos y volvieran uno, el la hizo volver a caminar.
Su sonrisa decía demasiado, la chica de la banca pudo comprender lo que se leía en esa sonrisa, era más claro que él agua, como sí realmente estuviera escrito.
'No puede haber hombre más suertudo que aquel que te sostiene entre sus brazos. ¡Pero sí he de ser yo quien lo hace y has de comprender que no habrá hombre más alegre sí te quedas conmigo!'
Eso decían sus ojos, su sonrisa...
La chica de la banca se percato que estaba sonriendo, fascinada.
¿Qué chica en sus sentidos no desearía que alguien le mirara de aquella manera? Sobre todo con aquella perfecta sonrisa...
Miró la escena encantada, hasta que en un movimiento se dió cuenta; se dió cuenta de que la escena no sería la misma, ni mucho menos la sonrisa de ser ella quien estuviera entre sus brazos.
La chica se levantó con una sonrisa melancólica y se acercó a la salida.
Por hermosa que fuera esa escena, ya no era capaz de presenciarla. Sus ojos se vierón lentamente nublados por lagrimas que al cerrarse sus parpados, mojaron sus pestañas y dejarón rodar un par de lagrimas sobre cada mejilla.
Pero ella comprendía y era mejor retirarse.
Con una última mirada al centro de la pista, se alejó.

No puedo creer que de esta manera empieza el inicio del fin. Suena épico ¿ha?
No comprendo porque me siento de esta manera, ni siquiera entiendo como me importa sin hacerlo... ella lo ha dicho: "Sólo esperas que te descepcione más." y esa, no era una pregunta, sino un argumento.
Y de alguna manera tiene razón.
No puedo negarlo, hay algo en su manera de ser que me encanta, me fascina. Cada vez que mis ojos le miran, simplemente reafirman aquella sensación.
'Uh, me gustas demasiado. Tanto que casi es ilegal.' aunque, quizá lo único ilegal de la ecuación es el hecho de que no sé ni porque lo haces.
Pero esa sensación sigué y sigué; simplemente permanece. Mis ojos se cierran y sin quererlo, sin desearlo, siento tus labios tocar mi mejilla.
Eso es todo y debo acostumbrarme, estoy segura de que es tan lejos como jamás llegara.
Y creo que así es como quiero que se quede.
Así ha sido, sólo que ahora me doy cuenta, ahora que finalmente te levantas de la banca y juegas tu partido.