viernes, 25 de mayo de 2012

Una taza de café vacía.


Te miro a través de una mesa cualquiera de cristal del café donde siempre, acomodando mis brazos en el cristal de forma ordenada, como una niña nerviosa que acomoda sus útiles a principio de curso escolar.
Me miras de vuelta, serio al principio y después con esa magnifica sonrisa que tengo ganas de responder pero recuerdo que me haces daño y prefiero no hacerlo. Tu sonrisa desaparece con la resistencia de la mía.

Con un suspiro estiras tu mano a través de la mesa, buscando la mía y en respuesta me alejo, el respaldo de la silla me detiene contra ti.
-¿Sucede algo?- me preguntas y me miras confundido, como si no entendieras de que te hablo.
Te miro mal, con recelo y enojo, con coraje. -¿Acaso estás ciego? Porque tienes que estarlo para no saber qué está mal.
Alejas la mano y te inclinas en tu respaldo, cruzando tus brazos sobre tu pecho con una expresión de aburrimiento.
No puedo si no pensar que eres un poquito idiota.
-¿O es que no te importan mis sentimientos?- pregunto herida de tan solo pensarlo.
-No es eso, es solo que...

Si lo es y al parecer, yo también estoy ciega si tanto me ha tomado descubrirlo.

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