martes, 21 de febrero de 2012

Podría morir extrañándote.

Y esa tarde no llegó.
Me sentía cansada, angustiada y desesperada, costándome el doble de trabajo poder pasar aire a través de mis pulmones, sus palabras retumbando en mi cabeza.
>> Debería dormir más temprano, porque se hace tarde y término extrañándote. Podría morir extrañándote.>>
Cerré mis ojos, mi corazón parecía later con lentitud, casi causandome un hueco en el pecho con cada extraño movimiento que antes pudo haber sido natural.

Mis labios se sentían resecos, como cuando falta agua, parecía faltar la dulce miel de su aliento y el tacto de sus labios, que de solo recordarlos me hicieron estremecerme empezando por la espina, subiendo lentamente hasta mi nuca, dejándo rastro de una invisible e insípida gota de sudor frío.
Sabía que sus ausencias serían necesarias, lo sé, quería decirselo todo el tiempo.
-¿No me extrañarás demasiado? No quiero dejárte sola.
-No lo haces, jamás. Comprendo las razones y son mejores que nada. De no irte, te correría.
Pero lo que quería hacer era decirle parcialmente la mitad, mentirle sobre sus ausencias porque igualmente, solo quería poder decirle:
-Desearía, en verdad, que jamás te fueras de mi lado.

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